Alicia Jrapko, 24 de marzo, 2021
Hoy se cumple el 45º aniversario del sangriento golpe militar en Argentina que mató a decenas de miles de personas, especialmente jóvenes. El golpe fue una respuesta a la lucha del pueblo que exigía un mundo mejor, nada diferente de lo que estamos presenciando hoy. Justo antes y después del golpe perdí a algunos de mis mejores y más cercanos amigos. Yo estudiaba entonces periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información, en Córdoba. Eran los años del cambio en el aire, llenos de efervescencia, optimismo, alegría y lo que se sentía como una posibilidad real de que los sueños que mi generación compartía pudieran materializarse en realidad. Fue este movimiento creciente el que fue visto como una amenaza para el poder y respondieron con un terrible golpe militar y en muy poco tiempo todo cambió a un periodo de terror. Todavía recuerdo a día de hoy esos momentos de tristeza y dolor.
Se llevaban a la gente y nunca más se sabía de ella. Coches sin matrícula circulaban por las calles y paraban a la gente en la calle o en los autobuses, arrebatándoles para torturarles y hacerles desaparecer. De repente se convirtió en una época de miedo generalizado en la que nadie se sentía seguro.
En Córdoba había una iglesia católica en el centro de la ciudad, justo al lado de una comisaría donde se torturaba a la gente antes de llevarla a los campos de concentración. Siempre nos preguntamos cómo las autoridades católicas eran capaces de permanecer en silencio con tales atrocidades que ocurrían delante de sus narices.
En la escuela de Periodismo formé parte de un grupo de estudiantes con otras 4 personas, formado por dos hermanas, María Ester y Mabel, José Alberto que además era novio de María Ester y otra joven que tuvo miedo y dejó el grupo. Nos convertimos en un grupo inseparable de amigos que compartían una visión política común.
Estábamos lejos de imaginar lo que estaba por venir.
El 11 de mayo de 1976, Mabel y José Alberto fueron secuestrados en plena noche por una banda policial y desaparecieron para siempre sin dejar rastro. Junto a ellos, 30.000 personas.
Luego vino el exilio para muchos de nosotros, la pérdida del vínculo familiar y de las pautas culturales, el desarraigo y la culpa que sentía por lo que dejaba atrás.
El tiempo pasó, pero lo sucedido nunca se borró. Mis tres hijos llevan en sus segundos nombres el recuerdo de los más cercanos; Mabel, José Alberto, y Emma, que no era de la misma escuela pero estaba afiliada a una organización revolucionaria.
Fui uno de los afortunados que logró permanecer viva para contar la historia. Lo que ocurrió durante la dictadura militar no fue más que un crimen contra la humanidad, y cambió nuestras vidas para siempre, pero el recuerdo de estos jóvenes y su ejemplo me acompañan todo el tiempo. A ellos les dediqué mi vida y todas las luchas de las que he sido parte desde el momento en que dejé mi patria.
Viviendo en Estados Unidos me uní a diferentes luchas por la paz y la justicia. Aprendí que, independientemente del lugar en el que uno viva, lo importante es ser activo y participar en el proceso de cambio para sentirse útil.
A principios de los años noventa tuve la suerte de viajar a Cuba en una Caravana de Pastores por la Paz para desafiar el inhumano bloqueo de Estados Unidos a Cuba. El visionario líder del grupo, el reverendo Lucius Walker, se convirtió para mí en un extraordinario ejemplo de cómo se puede participar en algo por lo que merece la pena luchar con compromiso y determinación sin perder nunca el amor y la creencia en la humanidad. Ese viaje inicial me ayudó a visualizar lo que era la solidaridad y la Cuba revolucionaria era claramente algo por lo que había que luchar.
Luego vino la lucha por el regreso de Elián González a Cuba, un niño que fue rescatado en el mar después de que su madre y otras personas murieran tratando de llegar a Estados Unidos en una balsa. Vi por primera vez a Fidel y a todo el pueblo cubano en acción exigiendo el regreso de Elián. Elián regresó, y fue sin duda gracias a la determinación de Cuba y del pueblo estadounidense que estuvieron de acuerdo en que Elián no debía ser un peón político, sino estar en casa con su padre.
De 2001 a 2014 participé en la lucha por la liberación de los Cinco Cubanos presos políticos en Estados Unidos. Se trataba de cinco agentes desarmados del gobierno cubano que se infiltraron y vigilaron a peligrosas organizaciones anticubanas para proteger a la isla de ataques terroristas. A pesar de que nos dijeron una y otra vez que nunca verían la libertad, me involucré en la lucha por su libertad que ocurrió el 17 de diciembre de 2014 gracias al liderazgo de Fidel, la fuerza del pueblo cubano y un movimiento mundial que se manifestó sin descanso frente a la Casa Blanca y cada consulado y embajada de Estados Unidos alrededor del mundo exigiendo su libertad.
A partir de esa experiencia inicial de salir de mi patria se me marcó un camino y hoy en particular recuerdo a todos los que dieron su vida durante ese sangriento golpe. Estoy en deuda con ellos y con su memoria porque ahora sé que nada se gana sin lucha y eso incluye pérdidas humanas.
Hoy junto a todas las personas que tienen que huir de su patria, por la opresión, la pobreza y el terror declaramos juntos ¡Nunca más, nunca olvidaremos y nunca retrocederemos! ¡Seguimos adelante en su honor!